Disidencia es una palabra en desuso. En decadencia.
Disidencia en acción [EFE]
disidir.
(Del lat. dissidēre).
1. intr. Separarse de la común doctrina, creencia o conducta.
A nadie le gusta que le digan que pertenece a la común doctrina. Todos queremos ser especiales, pero compramos en El Corte Inglés. Todos queremos ser diferentes, pero seguimos soportando bisbaladas en la radio. Todos somos inteligentes como individuos, pero nos comportamos como borregos cuando nos juntamos más de tres.
La disidencia nace siempre de la inteligencia. De la disconformidad crítica con lo que vemos y lo que pensamos que debería de ser el mundo que nos rodea. Sólo una persona inteligente puede enarbolar la bandera de la disidencia y romper tabúes. Dogmas escritos o no, que tratan de jerarquizar nuestra vida y regularla más allá de la libertad de elección. Por eso la disidencia siempre ha tenido un significado político: porque los partidos son, como las religiones, máquinas de triturar individuos en aras de una identidad colectiva o corporativa.
Por eso disidencia es sinónimo de purga. De consecuencias. Y lo que es peor: de un linchamiento moral de todos aquellos que no se han atrevido a ser disidentes y de los que no saben qué es la disidencia.
¿Conocen ustedes la fábula de los monos?
Jamás se ha escrito un mejor ejemplo del funcionamiento de una empresa. En ningún trabajo se ampara la disidencia. Porque aquí las cosas siempre se han hecho así. Da igual que uno tenga una idea que mejore el proceso: siempre será rechazada. Y apaleado por monos que desconocen el motivo por el que están linchando a alguien.
Pese a lo triste que resulta el ser humano en dichas circunstancias, sigue habiendo disidentes.
Mírenle. Un hombre ante 100 millones de personas que quieren escuchar música. 100 millones de personas reunidas ante los televisores de media Europa. 100 millones de personas esperando escuchar una música que ya han escuchado otros 100 millones de veces, pero reformulado nuevamente. Una balada babosa o lo que los ignorantes musicales llaman un ritmo pegadizo. Y ante esa gente, aparece un hombre con el valor para subirse ahí, coger una guitarra del todo a cien y abofetear a quienes llaman música a un festival caduco, obsoleto y que en realidad es un insulto a la palabra música.
Alguien con el valor necesario para ser disidente.
No hay que engañarse por el formato. La disidencia es un ejercicio de inteligencia: de saber navegar fuera de los cauces esperados en los que uno se comporta como se espera que se comporte. Como debe. Este hombre es una bofetada en los tersos rostros llenos de bótox que vomitan puntos en conexión por satélite. Este hombre simboliza el asco y la rebeldía contra un engendro de festival que simboliza cualquier cosa menos música. Porque tomarse en serio Eurovisión es propio de países subdesarrollados con ganas de ascender en el ránking europeo y de incultura galopante, como bien indicaba un comentario en ElPaís.com.
Ahora vendrán los monos a dar palos a un hombre que fue a reírse de la caspa y volvió con 55 puntos. Que cuadruplicó a Reino Unido y a Alemania y que le sacó dos puestos a Suecia, que llevaba a una doble de Donatella Versace que los grandes medios daban como favorita de no se sabe qué.
Como un André Bretón con guitarra del todo a cien, abofeteó ayer a toda esa legión de indocumentados que llaman música a la repetición compulsiva de un modelo musical degenerado. Se rió de Europa en su cara. Y le pusieron por delante de 9 países que todavía piensan que Eurovisión va de música.
Viva la disidencia.
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