Conste por anticipado mi respeto y admiración hacia el decano de las alianzas populares que la transición contemplara. Y mi reconocimiento a sus muchos méritos, antes y después del advenimiento del estado de derecho. Pero es tan complicado mudar con los tiempos al hacerse de una edad determinada, que más vale hablar con mesura y dejar paso -resignadamente- a las modas no entendidas ni compartidas.
A don Manuel se le ve el plumero. Sin afán despectivo lo afirmo, esperando que no se sienta ofendido. En sus tiempos mozos, un hombre estaba, por definición, más preparado que una mujer. Aguirre no habría sido rival para Gallardón hace medio siglo, sencillamente porque aquella estaría centradita en sus labores, las del hogar, las correspondientes a su sexo y condición... siguiendo el criterio de aquellos tiempos.
A don Manuel, grandemente apreciado tal y como digo, no le resultará fácil sustraerse al criterio que ha gobernado la mayor parte de su juventud. Unos caen en el extremo de encumbrar mujeres por el hecho de ser mujeres, importando más bien poco su altura intelectual. Otros, como él, se arrinconan en el lado opuesto del cuadrilátero, considerando imprescindible relegar a las féminas a la misión tradicional de estar en casa con la pata quebrada. Me pregunto por qué resulta tan dificil valorar los méritos de las personas sin atender a su género.
Por más que analizo no soy capaz de encontrar ventaja alguna en Gallardón comparado con Aguirre, ni en la viceversa. Ambos válidos, ambos de pensamiento más o menos, peseta arriba peseta abajo, por más que se quiera ahora identificar líneas duras o blandas dentro del PP. Cosmética y estética mucho más que estructura y tabiquería. De modo que no me sale más válido uno que otra, ni otro que una, ni es relevante a estos efectos la configuración de sus respectivas entrepiernas.
Tampoco puedo coincidir, por más respeto que me imponga su criterio, en el comentario acerca del exceso de competición en el que presuntamente se ha metido doña Esperanza. Como si don Alberto no hubiese intentado apretar las tuercas para hacerse un huequecito entre los dos leones de la Carrera de San Jerónimo. Me sigue saliendo empate, venerado don Manuel.
Ambos cometieron la misma tropelía, hacer valer su valor y su precio en tiempos de derrota electoral. Si me lo permite, se me va a romper una lanza en favor de la señora Aguirre por ser su deseo de autocrítica el motor -al menos nominalmente- de su propia postulación como alternativa.
Acto seguido romperé otra en favor del señor Gallardón, no por sus méritos sino por los deméritos de la citada doña Esperanza. Ella, que pudo reglamentar de manera que el asqueroso y maloliente tabaco saliera de nuestras vidas para siempre jamás, declinó cobardemente la invitación a hacerlo.
O sea, nuevo empate. Que se lo jueguen a los chinos o, mejor, que se pongan a trabajar codo a codo para que los ciudadanos que les votaron se sientan satisfechos de haberlo hecho. Y los demás también, claro. Porque los opositores de hoy serán los votantes de mañana, si el votado se empeña en hacerlo bien y el gobernante sigue a lo suyo ignorando lo de todos.
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