Los perdedores desprenden un aroma especial. Un halo ligero pero espeso, como de nebulosa, de niño acomplejado por el peso de las gafas.
Mariano cuando era Marianito.
No el persistente olor de los malogrados, que son genios envueltos en sus propias luchas y ajenos al entorno, sino el tufillo de los que simplemente no tienen talento para el triunfo. Es lo que le ocurre a Mariano Rajoy, que trata de ocultar sus ambiciones porque su mirada, ante quien sepa ver, delata su debilidad, su falta de fe, de deseo, sus inseguridades. Siempre las paradojas: los detalles que humanizan a los políticos son un veneno para su carrera y un descrédito para la voraz maquinaria del poder, que cierra en falso las mismas heridas que deja abiertas.
Hay algo que la expresión de Mariano comunica sin cesar y es que no está en el lugar que quiere, sino que sigue en la competición porque otros le empujan o le obligan, luego está "en representación de" quienes desean mantener el espacio ocupado y el control de la situación hasta que se plantee un escenario más favorable. Pero él desconfía; por eso se ha rodeado de afecto y no de eficacia. Otra vez la dicotomía: los tiburones amedrentan al enemigo, pero un día se dan la vuelta y te arrancan medio cuerpo. En las aguas turbias vuelven a nadar los viejos ejemplares que huelen la sangre fresca del que va a morir negociando su derrota.
Los medio simplifican los escenarios porque desean combates singulares. A Esperanza Aguirre le va el juego porque siempre ha salido bien parada y carece de escrúpulos; suerte e hipocresía, dos grandes virtudes que no adornan al débil lider del PP. Le tiembla la voz cuando miente, por eso duda tanto. A Alberto Ruiz Gallardón le puede el orgullo, sabe que representa a la derecha moderna; es como la guapa a la que todas odian cuando entra por la puerta del baile y a la que todas besan cuando se halla cerca mientras alaban la calidad del maquillaje. A Rajoy, en cambio, le viene pequeña la ropa de sus hermanos mayores y se acompleja porque ha de defender un modelo ideológico podrido de fundamentalismos.
Los dos opositores juntos en un único cuerpo serían el líder perfecto. Y por ahí ha ido salvando Mariano los muebles mediáticos. Hasta ahora, en que los escualos han detectado un nuevo aroma en la pecera y comienzan a dar vueltas sobre su cabeza. La suerte está echada. Sólo queda hallar al tonto útil o al listo apático que asuma el papel.
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