Sería cruel entrar en el juego de las diferencias porque para empezar, y a fin no causar frustración, se ha de establecer un número de ellas concreto: empeño que no parece fácil en el caso que nos ocupa, salvando obviedades como vivo/muerto o retocado/sin retocar.
Los de arriba son famosos y se ve que llevan mucho juntos. Los de abajo duraron menos porque no pudieron retocar sus vidas.
Tal vez piensen que estoy muy enfermo si al ver la primera imagen me ha venido la segunda a la mente. Creo que es por la calva y las gafas de pasta, o espero que así sea. Aunque, haciendo una abstracción (pido mucho, lo sé), estas dos parejas tienen cosas en común; bueno, no ellas pero sí lo que representan -y haciendo un parada en el momento concreto de cada imagen-, porque Marylin se posaba en muchas flores (nuestra Isabel es más recatada) y sufrió mucho (la filipina es más del ferrero rocher que de los barbitúricos).
Saltándonos las ocupaciones, son un arquetipo: la guapa y el feo. Que tiene variables, porque se suele atribuir al hombre la posibilidad de ser inteligente y se suele privar a la mujer de don tan irrelevante para la felicidad conyugal. En eso no entro, porque salta a la vista que son todos unos genios en lo suyo, sea lo que sea. Pero son la guapa y el feo, la tía buena y el madurito (qué complejo resulta escribir ciertas cosas), la joven y el viejo. O ya no. Porque en este punto es donde entra el Photoshop a tocar las narices y el cutis. Lo que está bien está bien, pero no hacía falta pasarse tanto...que les quiten las manchillas esas que tienen los abuelos y les levanten un poco el belfo tiene un pase, pero este lavado a la piedra resulta insoportable y rompe el modelo porque de tanto frotar con las herramientas Isabel y Miguel parecen hermanos. Aunque se ve que él se avergüenza y mira para otro lado, o le da la risilla floja. Pero, claro, ya no sabemos si es suya o es retocada, que lo mismo le habían quedado migas del desayuno y lo han arreglado de ese modo.
Justo al contrario de lo que le pasaba a Arthur Miller, que estaba muy contento de ser el tío más envidiado del planeta y desafiaba al fotógrafo con la mirada.
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