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La Literatura como fenómeno de bajura

Actualizado 01-04-2008 16:54 CET

2008. Hace ya 24 años desde que Thomas Bernhard reventó Austria y media Europa con una novela tan sincera, tan directa y de tanta calidad literaria que resultaba demasiado peligrosa: fue secuestrada por un tribunal.

Era 1984 y guardias armados con subfusiles entraban en las librerías de Viena, Graz, Salzburg, para llevarse en cajas el explosivo conjunto de palabras que había cometido el delito de retratar tal como es a gente poderosa. Gente que ya está muerta. Queda el libro. “Tala“. Un alegato escrito en primera persona contra la pose, la falsedad de los círculos artísticos y la inmensa corrupción moral de quienes van de disidentes y mendigan favores de los poderosos, favores en forma de contratos, de becas, de dinero.

Su vigencia es incontestable. Sólo hay que echar un vistazo al cine español, por ejemplo. Todos los directores menores de 40 años proceden del mundo del cortometraje. Del mundo del cortometraje oficial: el que rueda en 35mm gracias a subvenciones oficiales concedidas de forma arbitraria -digámoslo suavemente- y que se retroalimentan con premios en festivales de cine donde sólo se pueden inscribir cortometrajes en 35mm.

O a la literatura contemporánea.

Hoy en día la disidencia es escayola: un molde hueco que sólo se rellena con dinero.

Thomas Bernhard era un autor que no dudaba en definir a su país como una potencia católico-nazi. Un francotirador de las palabras que además sabía escribir. Porque la provocación es una parte de su obra, no el motivo de su obra.

Es imposible no acordarse de Bernhard ahora que surgen las noticias sobre la supuesta renovación de la literatura española (disculpen que escriba literatura con minúscula) con la aparición del movimiento candidato al premio inexistente al Peor Título Literario: la Generación Nocilla. Y desde su lanzamiento desde el grupo de comunicación Prisa -publicitado en El País, publicado por Alfaguara: todo queda en casa-, sólo hemos asistido a un inmenso movimiento de promoción en el que se divaga y se discute del cómo de forma furibunda.

Para estimular el debate, Vicente Verdú publicó en El País un decálogo -tan (in)válido como puede ser un decálogo generado por un humano- sobre cómo debía ser la Literatura, que ha servido para apoyar a posteriori al colectivo recién llegado a las arcas del grupo. Un texto que trata de sentar cátedra. Como todos los textos. Nada nuevo. Muchos otros críticos más clásicos han criticado esa cátedra y han formulado su propia escala de valores. Nada nuevo.

En realidad, ninguno de estos decálogos, cátedras, opiniones, sirven para nada.

Hablar del Cómo es despreciar el Qué. Y ese es el principal problema de la literatura contemporánea.

Que no tiene nada que decir. Que desde hace décadas se fomenta una cultura escapista del ocio, y por tanto de la literatura. Observemos el metro de Barcelona, por ejemplo: mucha gente lee. Un vistazo más atento: ¿qué leen? Mayoritariamente, literatura que puedan abandonar fácilmente como se abandona un vagón en un andén.

Sin mirar atrás.

La banalización de la literatura que obtiene el ok de las editoriales es insalvable salvo por pequeñas editoriales, islas que todavía se niegan a considerar que la novela es meramente un producto. Un objeto regalable por navidad. Y naturalmente, islas que se arruinan y que no ganan dinero.

Se habla de la generación Nocilla, y no hemos leído nada de ellos. ¿Su hallazgo? La fragmentariedad. Algo completamente desconocido hasta su aparición. Algo que no inventó el montaje cinematográfico en paralelo ni, en referente moderno, el guión de Pulp Fiction (1994). Se ha alimentado un debate enorme y hay que bucear para hallar algo de texto literario.

Una vez hallado un texto, se lee con gusto. Es una literatura formalmente interesante. Pero carece de sentido, en tanto en cuanto no apunta a un qué. Es un virtuoso onanismo de alguien que sabe escribir. Probablemente bastante mejor que la basura de bajura que practican los totems de la literatura hispánica, Antonio Gala, Rosa Montero, Espido Freire, Lucía Etxebarría, Arturo Pérez-Reverte; pero con la misma carencia de una voz. De alguien que quiere poner un poco de luz en esta duda con patas que somos cada uno de nosotros. De alguien que quiere decir algo.

Por eso meter en google Generación Nocilla es un compendio de menciones cruzadas e insustanciales.

Porque si al hablar de Literatura estamos hablando de diferencias entre la novela clásica y la novela fragmentada, cometemos algo más que una memez: es una señal. Una señal de que no se escribe para contar algo, para romper una lanza, para abrirse el alma, para tratar de ir un poco más allá en lo que denominamos Realidad.

Y mientras la Realidad se nos come por los pies y las librerías están atestadas de pura Nada bien envuelta en cubiertas de tapa dura, tenemos que leer sandeces como

“Empezaré por ver qué pasa si le echo ketchup a En busca del tiempo perdido.”

Qué futuro nos espera.

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