Trece millones de personas ante el televisor. Unas dicen- quieren argumentos para decidir su voto, otras ver cómo juega su favorito, si ataca, decae y finalmente vence a su adversario como en los partidos de fútbol. Todos estarán sujetos, sin saberlo, a la percepción selectiva y al final a la equidistancia que se ha enseñoreado del periodismo español.
Lo estudia la ciencia: el espectador selecciona los mensajes y los procesa de acuerdo con sus creencias previas. Ve lo que quiere ver y oye lo que quiere oír. Más aún, en el proceso tendrá también una distorsión selectiva que atañe a lo que comprende de cuanto ha escuchado siempre menos de la totalidad del mensaje- y una retención selectiva ligada asimismo a lo que sintoniza con su visión del mundo.
Por eso, hay quien cree firmemente que Zapatero ha ganado el debate y quien asegura que Rajoy se alzó con el triunfo de forma aplastante. Sin dudas ni fisuras. Pero, en la misma noche, al día siguiente, los opinadores profesionales les contaminarán con su propia percepción selectiva y sobre todo con la equidistancia: 20 gramos de elogios para cada contrincante y otros 20 de crítica. Que no falle la báscula.
Los medios seleccionan titulares, información y opinión de acuerdo con el candidato que apoyan, subjetivamente. Quieren que el ciudadano piense: éste dice, el otro dice. Tablas. Le llamaban objetividad. Una rara especie que consistía en dar la oportunidad a que todos los sectores en litigio pudieran expresar sus argumentos, pero también había que informar, y aportar datos. Estrujemos las cifras económicas: yo cojo éstas, tú coges las otras. Se oponen Y yo percibo selectivamente que mi candidato dice la verdad y, el otro, miente. Los periodistas equidistantes no les sacarán del error.
Porque hay una verdad objetiva. Uno no deja de medir metro ochenta y pesar setenta kilos porque alguien le diga que en realidad se alza del suelo metro sesenta y embute en su cuerpo noventa kilos. Espejos cóncavos y convexos le darán otra verdad-mentira: la equidistancia, la percepción selectiva, la intención de influir en la opinión. Y por tanto en el voto y en todo tipo de intereses que se derivan del poder. Así el impacto se diluye, todo queda como estaba. Pero, cada día, menos informados y menos libres.
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