Generación JAPI

Soy afortunada, me siento JAPI. Voy todo el día con la sonrisa puesta, descubriendo a qué huelen las nubes. En el metro, en el trabajo, con mis amigos… soy la alegría de la huerta. Hay días que me duelen los pómulos de irradiar tanta felicidad.

Pertenezco a ese grupo de personas que la estadística llama XY, esos que quedan entre la X y la Y, en un lugar indeterminado entre 1970 y 1990, ahora tenemos entre 20 y 38 años. Se dice de nosotros que somos los más preparados. Los mejores de todos los tiempos. Hemos nacido y crecido en la era tecnológica y de la información, y nos distingue nuestra forma de pensar y la predisposición para estar constantemente enterados de lo que sucede. Pero algo no funciona a pesar de nuestra dicha.

Hace cuatro años que me licencié en la universidad y decidí hacer valer mi carácter emprendedor mudándome de ciudad para terminar siendo mileurista. Más tarde me subieron el sueldo, a condición de convertirme en autónoma. Soy una falsa autónoma, mileurista de facto, sin derecho a la rebaja fiscal de los 400 euros, pero me siento realizada, y eso se refleja en mi cutis.

Por ahora no me da para comprar mi propia vivienda, porque mis matrículas de honor no pesan cuando solicito una hipoteca, pero vivo en la casa de una chica muy maja que me alquila una habitación por la mitad de mi sueldo. No tengo derecho a los 210 euros de ayuda para el alquiler, porque en pocas semanas cumpliré treinta años. Pero tengo un brillo en los ojos…

Como no tengo hijos, en el trabajo tengo que suplir a mis compañeras cuando llevan a los suyos al pediatra. Tampoco se quedan si hay que hacer horas extras, porque “no pueden, tienen un hijo”. Yo nací de una judía, como Juan Sinmiedo, y no vivo, vegeto. Tal vez podrían emplear los 2.500 euros del cheque bebé –al que tampoco tengo derecho- para resolver esos menesteres sin repercutir en mi jornada laboral. Sí, ya me callo. Qué feo es criticar a una compañera, y además mujer. ¡Pero si yo soy el compañerismo personificado!

Sigo con interés cómo se desarrolla la campaña electoral, esperando que algún partido se acuerde de mi en sus generosas arengas. Pero por ahora, en la tómbola de reducciones fiscales / cheques regalo de unos y otros sólo me ha tocado la chochona, y no cabe en mi cama de 90. Los empleados, los pensionistas, las mujeres –trabajadoras y con hijos, las demás no-, las familias, los homosexuales, los menores de 30 años, los que votan por primera vez, los inmigrantes… todos han recibido ya algún guiño. Pero yo no. Para toda la clase política de mi país soy Joven Aunque Políticamente Invisible. Y a lo mejor hasta debo sentirme agraciada –a punto de explotar de tanto júbilo-, porque no sé qué pasaría si los millones de JAPIs de España se rebelaran encabronados y votaran en blanco el próximo 9M.

Veo en la prensa internacional lo que cobran los profesionales de mi cualificación en el resto del mundo y me da un subidón de... orgullo, claro está. Somos los terceros por la cola, detrás están Grecia y Brasil. En el otro extremo, Australia y USA, doblando el dato español. Tal vez mudarse de ciudad y dejar atrás tu familia, tu vida, sea un paso insignificante y haya que emigrar a otro país donde necesiten gente risueña como yo.

Me pregunto cómo cambiaría el panorama si todos los JAPIs, los que sufrimos –del verbo sufrir- estas condiciones y supuestamente vivimos de miedo, ya que no aparecemos en programa alguno, nos esfumásemos al mismo tiempo. Visto lo visto, los que mandan –y los que pretenden hacerlo- no lo iban a notar.