Por pedir, que no quede
Dicen que que la Navidad es momento mágico de pedir deseos y esperar que se cumplan. Para no extenderme demasiado, yo pido por los que no tienen nada. Por las víctimas del hambre, por las víctimas del dogmatismo, por las víctimas de los señores de la guerra, por las víctimas de la testosterona.
Por los padres solteros, puestos arbitrariamente en la puñetera calle por jueces machistas. Por las madres solteras, puestas en la picota por una sociedad no menos machista.
Pero, sobre todo, por los políticos. Deseo firmemente que se ponga de moda estar en la política para ayudar y no para enriquecerse. Que, en todo caso, el ladrillo deje de ser el medio para hacerse de oro. Que los bancos dediquen sus pingües beneficios a hacer un mundo mejor para todos.
Que el euribor deje respirar a las clases medias, que son el motor de la prosperidad. Que los mileuristas dejen de serlo, pero por arriba. Que los altos ejecutivos se vayan a sus casas un rato antes, y les de tiempo a contar un cuento a sus hijos y a pillar a sus mujeres en la cama con el del butano. Pero coño, si en mi casa hay gas natural ¿Qué hace éste tío aquí, subido en lo alto de mi muhé?
Y que el amor del bueno escriba todas nuestras historias en lo sucesivo.