Michelle se come hasta a su maridísimo. Tras saludar a la reina y departir animadamente con Camilla, la mujer del príncipe Carlos —qué morbo—, repite vestido bicolor en blanco y negro, con can-can incluido, para cenar en la residencia oficial de Gordon Brown y señora. Pendientes de diamantes y fidelidad a las perlas. El 10 de Downing Street era anoche un hervidero de poderosos. Ellos por un lado y sus mujeres por otro. Un esquema demasiado clásico como para confiar en que tanto mandamás amarrado al pasado, pueda encontrar una salida moderna y visionaria a la crisis. La británica Sarah posa sin ganas, como deseando que cada presidente vuelva a su país. Un pequeño trago que pasará mejor tras el primer brindis, siempre que lo permita el protocolo.
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